Capítulo II Los Rebeldes

II
Los rebeldes

Ale Ale es uno de los condenados a muerte. Fue maestro de Lerena y es de los pocos Iluminados que pisan la Tierra. Tiene más de cien años, considerado por todos nosotros como un acróbata de los estados alternos de conciencia, el viejo Ale puede volar.
El Consejo de Salem, que lo había condenado repetidas veces al Cajón de Lalo, descubrió que el chamán escapaba fácilmente de cualquier prisión porque sabía atravesar las paredes.
-Intentaron quemarlo –nos había contado Lerena –pero ese día el fuego no ardía ni en presencia de pólvora. Era sabido que el brujo se reía abiertamente de Opiotta cuando este decidió estudiarlo en el laboratorio; desde que lo internaron, jamás pudo utilizarse la energía eléctrica.
-Las lámparas explotan, los circuitos se queman y las agujas de los aparatos de medición pierden toda compostura –se quejó uno de los empleados del Laboratorio de Cuerpos Vivos.
Por eso, por considerárselo como fenómeno inmanejable, lo van a echar al Pozo de Jonás, donde vive el pez más grande y voraz del mundo. Dudan que pueda matarlo pero al menos quieren mantenerlo entretenido con la hielina del animal.
-¿Se trata realmente de la hiel del cetáceo? –Indagó Sol, la bella e inexplicablemente única hija de nosotros dos, Pía y yo.
-Jonás no es una ballena –la corrigió Pía –se parece más a un tiburón.
-Entonces debe ser un escualo –se apresuró a decir, sagaz, la jovencita -¿Qué pasa entonces con su hígado?
-Si lo supiera… –se dio por vencida la madre ¿Quién podía saberlo después de todo? Pero… ¿Cómo era posible que Sol mantuviera ese incansable interés por las cosas ocultas? –Dime la verdad, Sol ¿Has estado hablando con Lerena otra vez?
-Lo tengo de profe en tres asignaturas, dirige las excursiones psíquicas de la Zona A los días que me toca meditación y éxtasis, va y viene con papá de arriba abajo por todo el CIP ¿Y me preguntas si he hablado con él? –Estos pequeños altercados debilitaban el humor de Pía. Parecía inútil tratar de ignorar, en ella, el temperamento insurrecto de su padre.
-¿Qué decías de la hiel? –retomo Pía a la conversación prudentemente.
-Solo preguntaba –se disculpó la irrepetible hija de nosotros dos –Dicen que el chamán no tendrá otra cosa que comer si lo tiran al pozo.
El brujo Ale fue jardinero de la Zona A por más de una década y comanda el grupo de Integracionistas desde el año 90. Ale Ale ya es leyenda, es el maestro de los psiconautas modernos. Su expediente judicial dice: Trasgresiones a la Tabla de Hosse, intervenciones ilícitas en línea S.P (Sentimientos prohibidos) y abajo añade: peligroso conspirador y detractor del sistema.
Pese a que los papeles no lo mencionan trascendió públicamente que se lo juzgó en calidad de calumniador después que denunciara un foco de corrupción en las altas esferas del CIP.
La Gacetilla interna se extendió por tres páginas completas sobre el particular el día anterior a la detención del Gran Ale. Aquí un extracto del particular:

“Trascendió en la mañana de ayer que el gurú, Ale Ale, haciendo uso de sus poderes paranormales se transformó en el contenido de una botella de whisky. Como se sabe el consumo de esta bebida se considera ilegal, prohibida dentro de los alcoholes por la Ley Sahara y penada con tres sesiones de gas hilarante y dos abominaciones.
La botella en cuestión estaba escondida en el patio interior del convento, entre los helechos, y el jardinero la descubrió por casualidad. Una vez hubo mutado voluntariamente a esa forma líquida y embriagante, el hechicero pudo ver, desde el interior de la botella, que el delincuente era uno de los mismos jerarcas del CIP. A continuación la copia textual de sus palabras expresadas aquí en el día de hoy.
“Supe que le temblaban las manos porque me agitaba compulsivamente mientras avanzaba a todo escape por el pasillo. La situación me trajo remembranzas de mi juventud en Córdoba cuando, a escondidas, me masturbaba en los baños del colegio incrementando el placer con el riesgo de ser descubierto. Tres años más tarde, en Maldonado, conocí fortuitamente a la madre natural de Pía Fecundonna que me aleccionó en todas aquellas cosas que los textos de entonces no enseñaban.
El hombre usó el acceso número 289; yo no podía creer lo que estaba viendo. Desde mi licuada perspectiva alcohólica, a través del vidrio blanco, solo perturbado por la estúpida etiqueta escrita en escocés, comprendí que la cosa venía muy pero muy en serio. Pasamos a un sector desconocido del edificio, quizá un recoveco virtual caracterizado por el olor inconfundible de la cremación de adormidera y el hachís.
Escuché los pasos y sentí las ansias del sediento infractor que me llevaba, a los tumbos, encerrado en aquel envase de cristal; de reojo veía la manga izquierda de su camisa blanca con puntitos celestes. De pronto, uno de los pequeños puntos del estampado se agigantó en una de mis burbujas y comprobé, durante unas fracciones de segundo, que la seda era legítima. En determinado momento me elevó hasta el pecho, hizo un violento cambio de mano y entonces, desde la vejiga cristalina, lo reconocí. Se trataba del Inspector general Opiotta, el cabecilla del Consejo de Salem del que pocos tienen noticia. Era uno de los escasos intelectuales provenientes del ejército. La fama académica se la debía a una publicación, de índole fascista, escrita por el militar de origen nipón hace unos quince años, Los milicos, estoicas víctimas de la discriminación.
Tres puertas después, el oficial, se reunía con el híbrido Sifilósofo que aun no sé cómo podía llegar hasta allí. Comencé a sospechar que los dos sujetos se disponían a celebrar un continuo rompimiento de las reglas. Era una vergüenza.
Primero Opiotta me ingirió en mis tres cuartas partes sin tomar siquiera aire, falta número uno: consumo clandestino de bebidas ilegales. Luego empezó a llorar por una cuestión tan superflua que daba risa, había perdido una de sus medallas – segundo desacato, esta vez a las prohibiciones descritas en la Tabla de Hosse. Aun no estaba del todo borracho, lo sé porque mis tres cuartas partes ausentes todavía no habían llegado a ocupar el cerebro del veterano, cuando empezó el besuqueo.
Lo peor es que detecté la presencia de ocho de los doce sentimientos negados. Sentimientos que Yuhanno Opiotta le profesaba al depravado Sifilósofo y que el homosexual parecía corresponder. De esto otro no estoy tan seguro porque lo que siguió me produjo tal desagrado que me evaporé etílicamente lo más rápido que pude en un prolongado eructo.”
Esta declaración, que si bien se hizo archiconocida, fue inmediatamente retirada de la noticia interna por las fuerzas del orden. Yo, como redactor a cargo, fui condenado a dos días de encierro en el Cajón de Lalo. La verdad, me importó un huevo; como nadie me podía prohibir ningún tipo de alimento me dediqué a saborear los exóticos menús de la cocina de la Zona A.
-Tráigame dos pascualinas de cáñamo, por favor, Guillermo –le pedí al vasallo, ese primer día de reclusión antes de la esporización. Fueron horas maravillosas que me ayudaron a comprender la relatividad del espacio-tiempo y la falsa idea de soledad.
La injusta sentencia dictada al Maestro Ale Ale, mi propia detención y el dudoso proceder de la guardia interna al respecto, provocaron la génesis de nuestro grupo de Rebeldes. Somos la antítesis de los poderes reinantes, dominantes y asentados; somos sus dolorosas hemorroides que no le permitimos reposo a sus nalgas, bien abundantes, delicadas y aristócratas.
Esta guerrilla lleva ya un saldo de diez mil manipulaciones, más de dos mil violaciones mentales, un centenar de suicidios confusos, dieciocho asesinatos y cuatro psiconautas condenados a la pena máxima. La cifra que indica la cantidad de gente torturada por el Consejo de Salem es tan vasta que me resisto a especificarla en este documento por una cuestión de ética. Sigue lloviendo en Plazoleta.
En el presente, los insubordinados formamos un grupo compacto fuertemente armados de ingenio, paciencia, valor y algunas otras cositas. Algunos fundamentalistas de nuestro sector fueron tildados de alborotadores y sediciosos por proclamar “el que no está con nosotros está en nuestra contra”. Conscientes de la agresividad que despertaba este tipo de “sacrilegio”, nuestros agitadores hicieron llover sobre Plazoleta una tormenta de panfletos impresos en verde con la leyenda: “El que crea en Lerena se salvará” Furiosa, entonces, una minoría de creyentes ortodoxos, lo acusó de hereje e intentó, inútilmente, llevarlo ante el Gran Tribunal pero ni siquiera lo citaron, nada decía la Tabla de Hosse sobre estas eventualidades.
-Por mí –espetó Lerena frente a las cámaras y refiriéndose a sus acusadores –váyanse todos a cagar -Era lo menos que se les podía decir a esos besugos ignorantes.
Desde ese día, Los pensadores del Sauzalito (Como le pusimos a nuestro club en honor a la superada corriente espejetista de Marucho) quedamos marcados como anarcos, anticristos, depravados, infestados, inmorales, asesinos, vanidosos, superfluos, complicados, contradictorios, vivos, vagos, charlatanes, pescuezos estirados, comunistas aburguesados, bandidos oportunistas y otras “propiedades humanas” que prefiero callar. Opacamos, con mucho, la mala fama de los Reproductores y ofrecen una cuantiosa recompensa en méritos al que entregue cualquiera de las cabezas principales. Pero los líderes convictos, perseguidos y desesperadamente buscados por Opiotta, nos hemos mantenido a salvo gracias a una receta de personalidad duplicada encontrada accidentalmente por Buli, nuestra mascota, en el fondo de la casa de Ale.
Los rebeldes en general, los seres sicodélicos, las religiosas desertoras, la mayoría de los integracionistas y parte de los virtuales nos sumamos a la huelga de pensamientos que culminó en el Concordato del Boldo (que exonera de culpa a todos menos a nosotros), ya que bajo de uno de estos árboles se firmaron las condiciones preliminares a la transformación. Nosotros somos o fuimos Iluminados.

capítulo III

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