Capítulo I Una olla de grillos

Los aceleradores de Thom Quark

Los aceleradores de Thom Quark

I
Una olla de grillos

El poder, la codicia y dicen que la habilidad de algunos genios urbanistas camufladores han hecho posible una de las actuales maravillas del mundo: Un barrio perfectamente indetectable. Eso, al menos, es lo que creemos la mayoría de los internos.

-Si fuera absolutamente invisible tampoco lo veríamos nosotros –había exclamado el Reverendo Gil.

Unos pocos autóctonos de la zona, sobrevivientes todos ellos de una cultura rápidamente absorbida por el torbellino psicológico de Plazoleta, antes de que fueran definitivamente abatidos por los conquistadores, hablaron de una extensa hondonada árida, reseca, en cuyo punto más profundo un nostálgico sauce se erguía apenas, cansado, sediento y lloroso.

-El Valle Sauzalito ¿Lo recuerdan? Quedó bajo agua durante la Gran Creciente del año 89. Poco tiempo después el municipio fundó el Parque de los Patos cuyo lago baña las escalinatas del Monasterio de la Hermandad de Aquís –Explicó Marucho, que era de los que sostenían con mayor ahínco la Teoría de los espejos.

El paraje estuvo siempre repleto de gansos, pavos, gallinas, etc. sin embargo hasta el momento nadie ha podido advertir la presencia de un solo palmípedo como lo sugiere el nombre del lugar.

-¿Insinúas que el lago y el mismo Parque de los Patos es un efecto óptico fabricado para camuflar ciento veinticinco manzanas edificadas? –se mofó uno de los Huevos Caídos.

-Tengo un primo que pesca ahí –se burló también Sifilósofo, aunque el alcance era más que una joda (diría yo que destruía sistemáticamente la Teoría espejetista de Marucho) Realmente se pescaban allí las truchas más sabrosas de toda la comarca -los reflejos no se pueden saborear con sal y cebolla –añadió burlesco Sifilósofo, el único híbrido del Centro.

-Yo estuve dos semanas fuera, me enviaron por unos estudios médicos. Mi cuerpo mutó por la radiactividad, son riesgos que se corren en el control presencial de colisiones de partículas, –anunció Thom Quarck, el inseparable amigo de Marucho –Volví a Bs. As antes de lo esperado e intenté reingresar al CIP por mí mismo pero ni siquiera pude dar con Plazoleta.

-¿Por qué no preguntaste por la Hermandad? –le sugerí seguro de que el Viejo Monasterio no podía pasar desapercibido por las agencias de viajes, los programas de turismo y otros adoradores de la herencia histórica colonial.

-¿Qué no pregunté? –replicó zaherido el joven científico -viví allí los siete días hasta que se cumplió la fecha de regreso.

«Las hermanitas estaban desorientadas, no sabían de Plazoleta, ni del CIP, ni de la Madre Fecundonna, ni nada.

El día en que oficialmente se me esperaba, al salir del cuarto que las hermanitas me habían preparado, me sentí mareado. De pronto empiezo a toparme con la gente de aquí; estaba de nuevo en la Zona A de nuestro Centro, la impresión me hizo caer en un profundo coma.

Cuentan los que me asistieron poco después que tenía el apariencia de haber viajado durante meses en un barco mercante»

El sólo hecho de vivir dentro de una burbuja mental era ya un suceso apasionante; sin embargo, Thom Quarck, que había mutado hasta el extremo de convertirse en un aventurero, no perdía oportunidad de vivir y sentir, pasando a ser, ipso facto, el infractor número uno de la Tabla de Hosse.

No se puede llegar a Plazoleta ni por accidente, no hay forma de entrar, es simplemente inexpugnable. Sus calles y letreros, su ostentosa Costa Atlántica coronada por Púa, la ciudad de los ricachos, sus kioscos y semáforos, sus buzones, automóviles, su gente, todos ellos desaparecen cuando se supone que uno no debe estar allí. Plazoleta es como la ciudad del Dorado, por poco un mito, muchos hablan de ella pero nadie sabe donde está.

El CIP, anclado en el corazón de este disimulado mundo impenetrable, hace pensar que el barrio no es más que otros de sus tantos parásitos; los alrededores son apenas los ropajes del edificio capital y su actividad avasallante ha “contaminado” la mismísima palabra de Dios.

-La minoría racista de Narcis se reunió con algunos rebeldes marxistas para fortalecer coincidencias ateas. Creen que “la supuesta palabra de Dios” es el peor agente contaminador de la cultura moderna –anunció el Rubio, nuestro agente privado.

Es el único del grupo que tiene acceso a los archivos ocultos de la Sección de Estadísticas y a un sin número de puertas secretas. Dicen que es el mejor espía informático, un hacker experto en piratería virtual y violación de sistemas de seguridad electrónicos.

El propio barrio parece un archivo oculto para los de afuera. Si bien existe gran cantidad de evidencia viviente, escrita, soñada o directamente alucinada; el presente documento (estructurado sobre la tesis doctoral del mismo autor) es el más completo en lo que a Plazoleta y al CIP se refiere.

Los Virtuales aseguran que el barrio es un gigantesco holograma y que eso convierte al lugar en un sitio inaccesible para los indeseables. Por su parte, tres ingenieros, entre los que se encuentra Marucho, aseguran que se puede esconder al barrio de miradas indiscretas con una tecnología mucho más elemental: Creen que el monstruoso Plazoleta ha sido establecido en una depresión del terreno y que está muy bien encubierto mediante efectos de espejos múltiples.

Eso explicaría la luz solar enrarecida, amarillenta y los extraños reflejos que dice haber presenciado la sensual novicia Climestra el día de su desfloramiento en la zona oeste del Planetario.

El misterio del barrio fantasma de la capital, provocó desasosiegos fuera y dentro del CIP, porque nosotros, los Rebeldes, usando un código algebraico de consonantes y números, hicimos avisar a la prensa para que investigaran, ya que la policía se autoproclamaba fuera de jurisdicción.

-¿Escribe Ud. cuentos de ficción? –Preguntó el Comisario Olivo divertido, sacudiendo nuestra carta en la mano mientras el Rubio lo miraba, impertérrito, sin pestañar siquiera.

Es salado el Rubio cuando mira feo; basta verlo en esa actitud para darse cuenta que la medicina tradicional china lo ha capacitado perfectamente para resistir cualquier espectáculo sangriento e incluso intervenir en él. Olivo, jefe de los federales, acostumbrado a pisotear, intimidar y levantar la voz en todas las avenidas del país, se fue sintiendo cada vez más incómodo. Finalmente trató de mantener el control de forma civilizada.

-Ud. menciona tecnología de última generación ¿Qué base tienen para suponer que el barrio invisible depende de nuestra seccional? De existir puede estar bajo el océano, mar adentro en aguas internacionales; puede incluso estar flotando en el espacio, totalmente fuera de jurisdicción.

El Rubio, que había encontrado una de las llaves maestras, entraba y salía sin ser visto en la realidad mensurada; es uno de los pocos que sirve de nexo entre los de afuera y los de adentro.

Por eso los Virtuales planeaban contratarlo y, si es posible, convencerlo de que se quedara con ellos. Parece broma, pero aun hay gente que no acaba de entender que sobornar a uno de los nuestros es imposible.

“Plazoleta es una isla, el Rubio nuestro único barquero ¡A la mar capitán!” –publicaron los zalameros en Virtualidad, la página web más leída del plazoplaneta cipiante.

Dentro del instituto la noticia corrió como pólvora y comenzaron las protestas y las diversas especulaciones del cómo y por qué nuestro establecimiento se escondía del resto del mundo. En una de las tantas reuniones de Centro, Lerena le dijo al director sin ambages:

-No me creo lo de los espejos. Nadie pone unos espejitos por ahí y engaña a todo el planeta. Por otro lado, sugerir que el barrio es un holograma, como creo que andan difundiendo los Virtuales, me parece una pendejada, no hay todavía hologramas tan perfectos.

-¿A qué se refiere con eso? –Dijo el jerarca, como era su costumbre.

-La realidad virtual todavía no puede competir con la vida ordinaria porque ésta última tiene muchas imperfecciones que la virtualidad no admite. La realidad que captan los sentidos se hace posible mediante la alternancia del error y la suposición, esto es el universo. Por eso la realidad virtual consta de dos desventajas con respecto a la conciencia de experiencia “real”: las máquinas no se equivocan, se prohíben esa vivencia y creen poseer certezas sin imaginar que son también suposiciones.

La argumentación del licenciado Lerena era, al menos, interesante. Algunas de las cosas que dijo formaban parte de “Nuestra Magna Teoría ”, él la organizaba, ayudaba a fusionarla con otros descubrimientos y convertía todo el paquete en discursos transferibles al resto de nuestros compañeros y alumnos. Aun así él tiene una idea mucho más coherente de lo que está pasando que todos los demás, está incluso hasta más informado que el mismo director de los verdaderos motores de la institución.

Por enésima vez Lerena había opacado a los demás teóricos y se disponía a desarrollar “nuestra visión de las cosas” cuando un fuerte ronquido del propio jefe lo exasperó. Tanto se irritó que optó por abandonar la estancia.

Ofendidos también algunos de los del grupo del licenciado y parte de mi propio sector, fueron hasta donde estaba sentado el Sr. Director completamente dormido y, con la disciplina y rapidez de un batallón de bomberos, lo orinaron hasta dejarlo empapado y catatónico por dos largas semanas.

Capítulo II

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