La reina negra

La reina negra

El viernes por la mañana José Baptista llegó al edificio con una hora y cuarenta y cinco minutos de retraso, pero muy prolijo.

El pelo mojado, peinado hacia atrás y un brillo extraño bailándole en los ojos.

-¿Madrugó mucho? –Bromeó el portero, sudando bajo su uniforme gris. José cruzó sin escucharlo y se fue derecho a la sala de Contaduría.

No llevaba el atuendo de rigor. Se había enfundado, en cambio, en un cómodo traje de lino color mostaza y aceituna.

Al franquear la puerta, 6 pares de ojos lo escrutaron de arriba a abajo. Adentro, el calor se revolvía entre las aspas del ventilador y los chasquidos de papel.

-Van a sancionarlo –le advirtió la secretaria adelgazada por los nervios -¿Se fijó en la hora?

-A los alcahuetes los atiendo el lunes –Dijo él con voz recia para que todos lo oyeran. Se sentó en medio de un océano de rumores y dio arranque a la Pentium III, que inició la sesión.

En cuanto pudo operar la máquina, José, abrió un juego en la pantalla y con gran dedicación fue ubicando los naipes según su criterio.

-¡José Baptista! –insistió apremiante la flacucha -¡Por favor cierre el solitario! ¿No ve todo lo que hay para hacer? –Hizo un gesto con las manos como quien sostiene un enorme y tembloroso pez.

Él no contestó. Esperaba un seis rojo. Si esa mano no salía, nada iba a salir. La única pila apenas alzada, la de corazones, se mantenía estancada en el 3. Respiró hondo.

Era más supersticioso de lo que admitía. El contacto frío del revólver debajo de la camisa amostazada lo forzó a pensar en lo que estaba a punto de suceder.

-¡Hace fuerza para que lo echen! –Comentó divertida la espléndida Mercedes Pilar mientras revisaba la correspondencia.

La temperatura iba en aumento; también crecía la inquietud dentro de la sala de Contaduría. Las mujeres no podían concentrarse.

Se levantaban a cada rato con la excusa de pasar al baño, echaban rápidas miradas a la mesa de Baptista y espiaban de reojo la oficina del jefe de la cual llegaba tan sólo el zumbido del aire acondicionado.

De cualquier forma las cosas iban a cambiar, hiciera o no el solitario iban a cambiar. Y parecía que para mal, iban a cambiar para mal, por supuesto. Peor aun, si no salía el juego, si no venían las cartas adecuadas –“Se iría todo a la mierda” –Se prometió José.

A las 10: 20 una ráfaga helada venida del otro lado del pasillo cruzó por entre las piernas desnudas y las mujeres se zambulleron en sus tareas con repentina tenacidad. Pero no era el jefe. Era el muchacho que le servía el café. Se había metido en la oficina a servirle algún refrigerio.

Recién a las 11 se asomó el Sr. Madero al ambiente opresivo de la sala. Desde su elevada perspectiva comprobó fugazmente el quehacer de las mujeres y ya se retiraba cuando vio a Baptista enfrascado en su terapia de baraja inglesa. Las empleadas se agitaron en sus sillas conteniendo el aliento.

-¡Baptista! ¿A qué ha venido? –lo interrogó el burócrata.
José rogaba entonces por la Q negra. Con ella podría concluir el juego.

La reclamaba en silencio casi con la misma desesperación que a su Fabiola.

-No quiere reintegrarse a su trabajo –intervino la administrativa, afilada como las tijeras –vea si lo convence Ud. Sr. Madero.
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-¡Roberta! –La reprendió el jefe –¡Le encanta a Ud. meter la pata cada vez que puede! El Sr. Baptista no tenía ninguna obligación de venir hoy. Ruegue Ud. que no sea rencoroso.

Un murmullo ocupó el recinto. Nadie entendía lo que estaba pasando. José giró la cabeza. Pensó que valía la pena perder unos segundos viendo la estúpida expresión de la mujer. Total…, había perdido tantas cosas importantes en este último tiempo: Había perdido para siempre a su amada Fabiola.

-Pero… ¿Qué está pasando? –Atinó a decir la secretaria, palideciendo. Una carpeta se le escapó de las manos diseminando por el espacio varias hojas mecanografiadas -¿Qué está pasando Sr. Madero?

-Cambios, Roberta, cambios en la empresa –explicó cruelmente Madero desde su metro 90 -la semana que viene tomo un cargo bastante atractivo en la capital. Me llaman desde la gobernación.

-¿Y aquí…? –se atrevió la vocecita de Pilar –¿Viene un jefe nuevo a remplazarlo o…?

Fue como un chispazo. La inconclusión de la pregunta dio lugar a una idea imposible. Seis miradas atónitas viajaron hasta redundar en la imagen dislocada de aquel empleado ludópata, impuntual, irresponsable y terco. Todos lo miraban a Baptista y a Madero.

-¡No! –rugió Roberta enfrentando al hombretón –¿Lo va a dejar a él…?
El Sr. Madero asintió con la cabeza. Algunas mujeres lo miraban sin dar crédito a lo que decía, otras, perplejas, aun no entendían lo que estaba pasando.

-No es una decisión que haya tomado solo –Dijo como disculpándose –Viene de arriba..

Sí, venía de otro lado, José sabía que no era el jefe el que decidía. “Las circunstancias están sobre nosotros”-pensaba -Nadie decidía nada en realidad ¿Cómo sucedía entonces? Las cosas se decidían solas por simple y puro azar.

Había una empatía –Pensó José – entre la electrónica emanación de aquel programa de cartas y las diez balas que llenaban el tambor de su revólver. Una relación casi imposible de entender como tantas otras: Como la de Fabiola con Madero, su jefe, por ejemplo.

-Cualquiera de nosotras merece el puesto más que él –Dijo una de las empleadas desde el fondo, llena de resentimiento. José la escuchó lejana, como en otro universo a eones de su mundo interno.

-Lleva aquí escasamente seis meses –Terció una voz más joven cerca de la ventana.

Seis, casi siete meses llevando los cuernos sin saberlo, sino más –Pensó José –Hubiera preferido estar desempleado como la mitad del país. Morir de hambre pero no de bronca o de vergüenza.

-¡Al más inútil lo ponen al mando! –Rezongó Roberta ya repuesta de la primera impresión -¿De qué me han servido todos estos años sin una falta, sin un atraso?

-Ve, Baptista –Dijo el jefe moviendo la cabeza –Mire Ud. Era esto lo quería evitar cuando le di el día. Tenía intención de anunciar su ascenso hoy. Discutir lo discutible en su ausencia, sin que sufriera Ud. este tipo de comentarios ¿Me entiende?

No. José no lo entendía. De repente el jefe se preocupaba por los comentarios, por el sufrimiento suyo. Se preocupaba por la preocupación de él, su empleado nuevo e indisciplinado, su rebelde y finalmente cornudo oficinista.

-¿Por qué vino, Baptista? Tenía el día libre… –Volvió a preguntarle Madero.

Complicado con una desnuda K roja en la punta, José imaginó a Madero aparcando el Mustang negro frente a la triunfal orquídea de Fabiola. Allí cargarían sus valijas para no volver a verlos nunca más.

“ -Lo conocía de antes. Por eso fue fácil meterte en la empresa” –Le había dicho Fabiola –“Manuel haría cualquier cosa por complacerme. Yo se lo pedí…”.

¡Y Madero preguntaba por qué había venido! Vaya, el jefe se sentía intranquilo.

-Vine a jugar al solitario –Contestó él fuerte y con un profundo desprecio por los que escuchaban.

En ese momento Manuel Madero entendió. Supo que Fabiola no había aguantado, que se lo había dicho todo. Supo que José Baptista ya lo sabía. Supo quizá del juego y de la muerte debajo de la camisa de José Baptista.

-Está bien, está bien. Nadie va a contradecir eso –Dijo Madero lo más natural que pudo –Al fin y al cabo es el nuevo jefe de Contaduría.

Se escucharon las exclamaciones de aquellas mujeres que recién ahora empezaban a entender los “cambios” del Sr. Madero. Algunas ajustaban ya sus ojos y sus mentes a la nueva realidad: Lo miraban a Baptista con otros ojos, como alguien al que hay que agradar cueste lo que cueste.

-¿Con la reina resuelve el juego? –Se interesó Madero como adivinando que su vida con Fabiola en la capital dependía de aquella carta estúpida, indiferente y peligrosamente rezagada.

José no contestó. ¡Cómo lo respetaba de repente Madero! Lo sintió a lado, sudoroso, atento al cursor que traía o llevaba los naipes. Vio asomarse, por detrás de las cartas, las admirables piernas de Mercedes Pilar.

Eran como palomas blancas ¡Qué noches prometían! Su dedo arrastró una carta nueva y desde abajo saltó la ansiada Q negra como por encanto. El Solitario estaba resuelto. Madero suspiró aliviado. El revólver había estado perdiendo el tiempo bajo la camisa. La vida seguía.

José Baptista completó los cuatro montones ordenados por palo y se levantó satisfecho.

Eran las once y veinte cuando Baptista se levantó. Buscó con avidez la figura de Mercedes. Ella sintió sus ojos abarcándola, sopesando el placer potencial allí escondido. Sabiendo todo eso igual le sonrió, ella nunca antes le había sonreído así. La tendría –Pensó el nuevo jefe –Eso era seguro. Así como tendría un coche nuevo en que subirla y pasearla. A falta de Fabiola la gozaría a ella sin reproches ni cadenas. Pilar, divina Pilar…Pero… ¿Y su marido?

-Al diablo con él –Decidió enseguida –El tipo se tendría que conformar, a lo sumo, con un puestito dentro de la empresa.

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