Insomnio con ensalada de tomates


Salomón estaba del todo incómodo en esa postura. Así sería imposible descansar. Una parte de la espalda le dolía terriblemente y sentía que les cosquilleaban los dedos de la mano derecha.

¿Cómo recibiría, al otro día, a la madre de su mujer? Seguro que con unas enormes ojeras y pocas ensaladas a la hora de almuerzo. Dinorah ya no contaba con el dinero de la zafra. Un domingo más pobre que de costumbre para ellos.

Salomón sentía que al respirar hacía ruidos que no lo dejaban concentrar en nada, ni ordenar las cosas para el otro día. Tampoco podía hallar el benéfico reposo. Tragó saliva un par de veces, era como tomar largos tragos de mercurio.

El aire atmosférico entraba con cierta dificultad en sus pulmones. Le hinchaba el cuerpo, haciéndole subir sobre su estómago con un ritmo heredado del universo.

Cuanto más pensaba, el pobre artista, en lo importante que es respirar bien, más embarazoso le resultaba hacerlo. El oxígeno que le llegaba no parecía ser suficiente.

De alguna parte indefinida entre su boca y nariz, tal vez desde la selva imaginada más allá de sus fosas nasales, un gemido vibrante y persistente lo torturaba con la fiebre del insomnio. No llegaba a ser un ronquido y hasta podría haberse confundido con el silbido de algún pájaro agitado en las honduras de su nido.

Volvió a girarse, ahora sobre el flanco izquierdo. No duraría mucho acostado de esta manera sobre el lado del corazón, era preferible no comprometer órganos vitales en la posición. Seguiría moviéndose hasta encontrar el punto neutro, la relajada y perfecta colocación del cuerpo. Seguiría pensando, a su vez, hasta encontrar la solución perfecta para decir “adiós” a los irritantes problemas de su vida inmediata.

La madre de Dinorah, con respecto a Salomón, podía llegar a ser la perfecta suegra, es decir, todo lo que se espera que sea una suegra estaba presente en la madre de su mujer. Para colmo, el responsable de la tercerización de la cortada de naranja, el que dejó sin trabajo a Dinorah, es amigo de la familia de ella y hasta tuvo cierta relación con la suegra de Salomón.

La posición fetal es una clásica solución al problema del insomnio. Luego de adoptarla, Salomón sintió un anticipado descanso y una remembranza quizá de su ayer intrauterino. Había logrado olvidarse de la respiración y hasta de la presión sobre su costado izquierdo. Le pediría a la madre de Dinorah que hablase con el tipo ese. Era mejor que no faltara la ensalada de tomate con cebolla porque a su suegra le encantaba esa combinación.

Salomón sintió necesidad de estirar las piernas. Faltaba aire puro, faltaba una brisa, algo que refrescara la mente. El problema era que la madre de Dinorah muchas veces tenía la posibilidad de ayudarles pero al final les negaba, al parecer sin mala intención, todo auxilio en los peores momentos.

El hombre saltó de un escalofrío al recuerdo del padre muerto de Dinorah. Después trató de imaginarse besando a su suegra, pero fue imposible. Iba a ser más fácil intentar conseguir los tomates. Boca arriba se evitaba la sensación de asfixia. Estirado, para que la sangre no tuviera tropiezos, Salomón volvió tratar de imaginar el rostro de la madre de su esposa. Le venía solo la imagen de una calavera.

Las manos le molestaban junto al cuerpo y el techo estaba más cercano que antes. ¿Dónde estaría Dinorah? Pero lo estaba logrando, estaba empezando a importarle un cuerno la zafra.

Y la respiración se había “aceitado” por sí sola. Las manos le daban ese peso necesario de la presencia, sobre el pecho, por fin estaba tan cómodo y olvidado de los tomates que hasta no importaba ya que Salomón hubiera muerto.

 

 

Una respuesta a Insomnio con ensalada de tomates

  1. Marcela dijo:

    Cuanto más pensaba, el pobre artista, en lo importante que es respirar bien, más embarazoso le resultaba hacerlo. El oxígeno que le llegaba no parecía ser suficiente….

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