Dos maestros de la escuela integracionista llegaron cierta vez a la populosa ciudad de Córdoba capital y fueron recibidos por una simpática familia del lugar.
Paseando por los alrededores con los honorables invitados, el anfitrión, regañó varias veces a su pequeño hijo que tropezaba o resbalaba entre la maleza.
– ¿Por qué estropeas tu ánimo y el del niño regañándolo tan seguido? –Le pregunto uno de los integradores al padre impaciente.
– Solo rechazo las imperfecciones que aparecen en él de la misma forma que las otras imperfecciones de la vida –contestó el hombre tratando de dar sentido a su proceder.
– Muy bien, entonces al irme me llevaré a tu hijo y dejaré a este maestro, que vino conmigo, en su lugar –dijo el huésped al sorprendido anfitrión –verás que cuando salgas con él no tendrás que cuidar de sus pasos.
Explicación de la enseñanza del padre impaciente
La vida siempre es perfecta para el que mira su entorno con el amor suficiente.
El padre impaciente, amaba a su hijo y no se había dado cuenta que lo amaba así, en la perfecta forma como era, tropezando y resbalando como todo niño cuando tiene tres años de edad.
No hay imperfecciones en la vida sino prejuicios y cortedades que no nos permiten disfrutarlas. Los vacíos en el saber que somos un mismo Ser.
Cuando el padre impaciente imaginó los paseos sin su hijo y con un adulto ocupando su lugar comprendió que había estado completamente equivocado al considerar a su hijo con partes, unas perfectas y otras imperfectas.
La vida no está hecha de partes. La vida es perfecta.
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